16.1.14

Gelman

foto: Cristina Rodriguez - 17 de Abril de 2013


A los 14 años tuve la repentina urgencia de leer poesía. Así que entré en la librería Rayuela y empecé a buscar entre autores que para mi eran desconocidos, sin más referencia que la intuición y solo esperando que uno o dos versos me digan cuál elegir. El resultado fue “Sofía (in memoriam)” de Ernesto Aguirre, “Songoro Cosongo” de Nicolás Guillén y “Anunciaciones” de Juan Gelman.
Habían pasado otros 14 años, el 17 de abril del 2013, cuando pude ver a Gelman, escucharlo de cerca, darle la mano, temblar de vergüenza y de darme cuenta que hasta mi cuerpo entendía mejor que yo el lugar de la poesía. Anunciaciones seguía siendo mi libro favorito, no de los tres que había comprado, sino de todos los que había leído desde entonces, seguía siendo el despertar, la ternura, la sorpresa, la excitación, la maravilla de descubrir que el lenguaje también podía ser otra cosa.
Lo que diga no alcanza, sigo teniendo vergüenza. Prefiero mirarlo.

Estoy en México y leo que Juan Gelman leerá junto a José Emilio Pacheco en el Centro Cultural de España. Ya sé como llegar pero igual me dibujo un mapa, lo llevo y de todas formas tomo la dirección equivocada. La Donceles me ve ir y venir con una seriedad importante.
Se presentaban dos libros para chicos. Gelman y Pacheco iba a leerlos y a contestar preguntas. Estábamos todos sentados, esperando. Y de una puerta lateral se ve aparecer la figura de Gelman. Está más grande que la última foto que vi. Nos mira a todos y el señor que está en el último asiento de mi fila levanta tímidamente la mano, saludándolo. Gelman entonces empieza a caminar hacia él y le extiende la mano.
Todos nos quedamos mirándolo con una sonrisa que seguramente lucía bastante estúpida, esas sonrisas que dicen “vinimos a verte”. El hombre no lo conocía, solo lo saludaba. Entonces todos comenzaron a hablarle, a acercarle libros, cuadernos, para tener una firma.
Yo lo miraba totalmente inmóvil. Había tenido la osadía de llevar mi libro, en mi bolso. Tocaba mi bolso como esperando que el tacto me anime a entregárselo, pero no pude, solo lo miraba. En eso llegó Pacheco y se acomodaron en el escenario para leer.
Y vino la voz de Gelman y habló de un ciempiés con muchas patas al que le preguntaban con cuál de ellas comenzaba a caminar y el ciempiés dudaba y no sabía responder y se quedaba, finalmente, inmóvil.

Cuando ya no había más para leer ni responder, los autores agradecieron, saludaron y se pararon. Yo salía rápido de la sala hasta la puerta de calle, esperaba que alguien me busque y no podía estar quieta. Volví a entrar y vi que Gelman se había quedado saludando, hablando con la gente.
Me acerqué arrepintiéndome en cada paso.
Elegí un lugar en una fila horizontal improvisada de sonrisas bobas que esperaban saludarlo. No había firmado mi libro porque sabía que no me iba a animar a dárselo.
Entonces llegó mi turno, me extendió la mano. Nos dimos la mano. Le pregunté si podía regalarle mi libro, me dijo que sí, se lo di y ahora estaba en sus manos.
Le dije que a los 14 años encontré Anunciaciones y que eso me cambió la vida. Quería decirle del despertar, de la ternura, de  la sorpresa, de la excitación, de  la maravilla de descubrir que el lenguaje también podía ser otra cosa, pero era imposible porque en ese mismo momento me estaba dando cuenta, del lugar de la poesía. En ese momento lo que yo tomaba con descuido me agarraba de los hombros y me mostraba lo real, me hacía reconocerla, me sacudía el cuerpo entero.

El me pidió que le repitiera el nombre del libro. Anunciaciones. Y me dijo gracias. Y me fui rápido porque en la fila horizontal había más gente y yo no podía más de la vergüenza y de una extraña sensación de calor en el pecho, de temblor en las manos, de alegría, de admiración.
En la puerta de la sala miré para atrás y lo vi de nuevo, con el libro en las manos. Y quise irme rápido.
Ese momento podría no hacer existido y la pena sería la misma. Pero darle la mano, perderme en sus manos grandes, en sus ojos que decían gracias, ver coincidir las formas de una admiración poética con la admiración de un señor inmenso y amable, escuchar su voz... era tener 14 años en una librería buscando, era unos versos convenciéndote, era el despertar, la ternura, la sorpresa, la excitación, la maravilla de descubrir.


6 comentarios:

Ceci García Moyano dijo...

Qué historia maravillosa. Sin dudas Gelman es muy especial (digo es porque nunca va a dejar de existir), y mis papás me lo hicieron conocer de chica.
Sueño con conocer a mis escritores favoritos, aunque con la mayoría ya no me es posible... pero me encantó tu relato.
Me encanta tu forma de escribir, hace tiempo descubrí tu blog y un poco después me mostraron tus poemas en el colegio. Te googlé y leí que estudiaste Comunicación Social en Córdoba, y es precisamente lo que a mí me gustaría hacer.
Me alegra mucho haber encontrado tu lugar. Te leo seguido.
Un abrazo enorme desde Salta!

Nicolás Lasaïgues dijo...

Mientras leía repetía para mis adentros "¡Animate a darle el libro!".
Genial como contás la historia.

Hernán dijo...

Un ser imponente e importante que nos dejo… genial post. Saludos.

salomé esper dijo...

Ceci, Nicolás y Hernán, gracias por sus palabras. Qué bueno que pasen por aquí, son más que bienvenidos. Un abrazo.

Nicolás Lasaïgues dijo...

"Escribe y ellos vendrán" :P

Ezequiel dijo...

y entonces no sé qué cara poner. Si la del martes o la del día siguiente. Me gustó leer esto :)

Mi foto
Libros publicados: *Sobre Todo (Ed.Intravenosa, 2010) *Paisaje (Ed. 3 Tercios, 2014) Antologías: *Once. Salpicón jujeño de poesía (Ed. Intravenosa, 2011) *Antología Sumergible (EdiUnju 2012) *Arcade (2017) *Antología Federal de Poesía NOA (2017) contacto: nuria.salome@gmail.com