foto: Cristina Rodriguez - 17 de Abril de 2013 |
A los 14 años tuve la repentina urgencia de leer poesía. Así
que entré en la librería Rayuela y empecé a buscar entre autores que para mi
eran desconocidos, sin más referencia que la intuición y solo esperando que uno
o dos versos me digan cuál elegir. El resultado fue “Sofía (in memoriam)” de
Ernesto Aguirre, “Songoro Cosongo” de Nicolás Guillén y “Anunciaciones” de Juan
Gelman.
Habían pasado otros 14 años, el 17 de abril del 2013, cuando
pude ver a Gelman, escucharlo de cerca, darle la mano, temblar de vergüenza y
de darme cuenta que hasta mi cuerpo entendía mejor que yo el lugar de la
poesía. Anunciaciones seguía siendo mi libro favorito, no de los tres que había
comprado, sino de todos los que había leído desde entonces, seguía siendo el
despertar, la ternura, la sorpresa, la excitación, la maravilla de descubrir
que el lenguaje también podía ser otra cosa.
Lo que diga no alcanza, sigo teniendo vergüenza. Prefiero
mirarlo.
Estoy en México y leo que Juan Gelman leerá junto a José
Emilio Pacheco en el Centro Cultural de España. Ya sé como llegar pero igual me
dibujo un mapa, lo llevo y de todas formas tomo la dirección equivocada. La Donceles me ve ir y venir
con una seriedad importante.
Se presentaban dos libros para chicos. Gelman y Pacheco iba
a leerlos y a contestar preguntas. Estábamos todos sentados, esperando. Y de
una puerta lateral se ve aparecer la figura de Gelman. Está más grande que la
última foto que vi. Nos mira a todos y el señor que está en el último asiento
de mi fila levanta tímidamente la mano, saludándolo. Gelman entonces empieza a
caminar hacia él y le extiende la mano.
Todos nos quedamos mirándolo con una sonrisa que seguramente
lucía bastante estúpida, esas sonrisas que dicen “vinimos a verte”. El hombre
no lo conocía, solo lo saludaba. Entonces todos comenzaron a hablarle, a
acercarle libros, cuadernos, para tener una firma.
Yo lo miraba totalmente inmóvil. Había tenido la osadía de
llevar mi libro, en mi bolso. Tocaba mi bolso como esperando que el tacto me
anime a entregárselo, pero no pude, solo lo miraba. En eso llegó Pacheco y se
acomodaron en el escenario para leer.
Y vino la voz de Gelman y habló de un ciempiés con muchas
patas al que le preguntaban con cuál de ellas comenzaba a caminar y el ciempiés
dudaba y no sabía responder y se quedaba, finalmente, inmóvil.
Cuando ya no había más para leer ni responder, los autores
agradecieron, saludaron y se pararon. Yo salía rápido de la sala hasta la
puerta de calle, esperaba que alguien me busque y no podía estar quieta. Volví
a entrar y vi que Gelman se había quedado saludando, hablando con la gente.
Me acerqué arrepintiéndome en cada paso.
Elegí un lugar en una fila horizontal improvisada de
sonrisas bobas que esperaban saludarlo. No había firmado mi libro porque sabía
que no me iba a animar a dárselo.
Entonces llegó mi turno, me extendió la mano. Nos dimos la
mano. Le pregunté si podía regalarle mi libro, me dijo que sí, se lo di y ahora
estaba en sus manos.
Le dije que a los 14 años encontré Anunciaciones y que eso
me cambió la vida. Quería decirle del despertar, de la ternura, de la sorpresa, de la excitación, de la maravilla de descubrir que el lenguaje
también podía ser otra cosa, pero era imposible porque en ese mismo momento me
estaba dando cuenta, del lugar de la poesía. En ese momento lo que yo tomaba
con descuido me agarraba de los hombros y me mostraba lo real, me hacía
reconocerla, me sacudía el cuerpo entero.
El me pidió que le repitiera el nombre del libro. Anunciaciones. Y me
dijo gracias. Y me fui rápido porque en la fila horizontal había más gente y yo
no podía más de la vergüenza y de una extraña sensación de calor en el pecho,
de temblor en las manos, de alegría, de admiración.
En la puerta de la sala miré para atrás y lo vi de nuevo,
con el libro en las manos. Y quise irme rápido.
Ese momento podría no hacer existido y la pena sería la
misma. Pero darle la mano, perderme en sus manos grandes, en sus ojos que
decían gracias, ver coincidir las formas de una admiración poética con la
admiración de un señor inmenso y amable, escuchar su voz... era tener 14 años
en una librería buscando, era unos versos convenciéndote, era el despertar, la
ternura, la sorpresa, la excitación, la maravilla de descubrir.
6 comentarios:
Qué historia maravillosa. Sin dudas Gelman es muy especial (digo es porque nunca va a dejar de existir), y mis papás me lo hicieron conocer de chica.
Sueño con conocer a mis escritores favoritos, aunque con la mayoría ya no me es posible... pero me encantó tu relato.
Me encanta tu forma de escribir, hace tiempo descubrí tu blog y un poco después me mostraron tus poemas en el colegio. Te googlé y leí que estudiaste Comunicación Social en Córdoba, y es precisamente lo que a mí me gustaría hacer.
Me alegra mucho haber encontrado tu lugar. Te leo seguido.
Un abrazo enorme desde Salta!
Mientras leía repetía para mis adentros "¡Animate a darle el libro!".
Genial como contás la historia.
Un ser imponente e importante que nos dejo… genial post. Saludos.
Ceci, Nicolás y Hernán, gracias por sus palabras. Qué bueno que pasen por aquí, son más que bienvenidos. Un abrazo.
"Escribe y ellos vendrán" :P
y entonces no sé qué cara poner. Si la del martes o la del día siguiente. Me gustó leer esto :)
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