Sumergirte ecualizado en la marea de hojas
turquesas que caen en el patio.
Y suspenderte en un vientre repleto de aire
que te sople tras la nuca que no sos de nadie y nunca has sido.
Solo, en la copa del árbol, brindarte a tu
placer, desarmarte para no dejar rastros ni descendencia. Morirte en los
instantes, traslucirte en esta tarde de párpados pesados.
Ayudarte a bajar. Darte un mate. Con espuma,
como este mar que inunda toda la ciudad de repente, todo este campo sembrado de
pasionarias. Los Cristos se sacan su corona de espinas y se revuelven el pelo,
bostezando, moviendo la mandíbula, contando sin ganas un chiste, pidiendo ser
parte de la ronda, nunca más uno solo, crucificado en el deseo de alguien más.
Tus ojos brillan en lo opaco. Entrelazamos las
manos. Vas creciendo y nos soltamos.
Tu cuerpo ya tiene hambre y tu boca se
llena de frutas. Es tan fácil masticar en media estación, se caen por los
labios el jugo de cada sabor, la pulpa de una música exquisita. Serán otras
palabras las que salgan ahora, envueltas en otra ternura. Van a poder decir y
diciendo elegir el sabor del vuelo o flotar despacito en el pasto donde los
Cristos se han echado a dormir.
Llegará la noche, y que nos tape el cielo.
2 comentarios:
Me gustan las imágenes que dibujan tus palabras.
Concuerdo con el comentario anterior; las imágenes de tus palabras, y la forma en la que están escritas, no sé... es como si fueran perfectas así como están, una al lado de la otra. No imagino otra manera. :)
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