mi pesar tiene un nombre parecido a una mujer,
en la tierna ondulación de suaves orejas,
en el roce de la punta de los pies.
tiene olor a cigarrillos negros.
y es un vestido de novia quemándose
en el medio del desierto,
desprendiéndose en cenizas,
sembrando en la arena pequeños y blancos infiernos.
todas las mañanas a pesar de mi pesar
despierto y rezo,
para amar a los que me aman, para amar a los que me aman, para amar a los que me aman.
lo repito al mediodía, cuando el pasto ladea
hacia otro costado,
cocinando,
revolviendo una sopa interminable.
lo soplo detrás de las patas de los grillos
y cada grillo saltando hasta la noche
repite mi plegaria.
hay algo sin embargo, de angustia en mi mirada,
de cierto,
de cita bíblica envuelta en un pañuelo:
es mi pesar tocando a la puerta
con un ramo de fresias en la mano, un ramillete
de muertes tempranas
y caricias tendidas por mi mano
en un piolín al aire ingrato.
lo miro a los ojos que tienen sus ojos,
no hay invitacines ni despedidas,
pasa, recoge y se va.
yo sobrevivo. al amor eterno, a las sonrisas complacientes
de personas detestables,
a esa inexplicable costumbre de abandonar el suelo,
las cenas, los pozos, la música, el silencio,
las manos apretadas de sudor, las misas, las corridas de toros,
los caramelos,
las mesas llenas de migas,
la yerba quemada, el sabor de febrero.
yo sobrevivo y rezo,
despertando una vez más desde mi espalda, me levanto y rezo.
y trato de no llorar,
cada día, cada día, cada día,
de nuevo.
1 comentario:
Cada vez es más hermoso lo suyo, que ahora también es mio.
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