Guardo el subir y el bajar de tu pecho
en mis uñas hundiéndose en las manos
en el propio respiro que no hago.
Te lo presto. uno. dos.
-lo que sea necesario-
No pestañeo, espero, no vivo, (en ese instante)
tampoco muero. Me quedo vigilando,
espantando a los perros detrás de la puerta
a los enfermeros.
¿Nadie sabe de tu nombre?
¿nadie se postra ante el largo sonido del nacer?
Prometo todo lo que puedo,
lo que no también.
Prometo en palabras que mi lengua todavía no tiene
ofrezco partes de mi cuerpo que no me han crecido.
Simulo la riqueza, la nobleza, la valentía,
predico, rezo, amenazo.
Pero solo estoy ahí, teniéndome en tu mano.
En el gesto más cobarde.
Sigo sin soltarla.
Si fuera la guerra hace rato me hubieran muerto.
Sigo sin soltarla y pasaron años
y tu mirada me sigue diciendo basta,
levantáte, no prometas, no te duermas.
Soy la peor guardiana del universo.
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