desde aquí se te ve, tu hondo veletear corriendo como perro hambriento por el verde.
y de golpe te estampás en la nariz de cualquier peregrino ofreciendo las virtudes menos imaginables y las tristezas más tontas. dejame de espantar a la gente, te dice tu abuela, y desaparecés.
en cualquier rincón sucio de esta patria venida a pueblo, es posible verte llegar de otro lado. siempre llegando.
yo te miro, como esperando, o a la noche o a la certeza. vos más lejos que ninguna caminas hasta mi, imitando una cruza extraña de flamencos y ardillas. te sentás al lado, prendés un cigarrillo largo y ajeno, tirás el humo y me preguntás qué hago con la cabeza de tu hijo en la mano.
hace rato que no lo veía, decís.
yo sonrío, bajito, es la primera vez que hablamos.
y así sentados, la patria enmudece de noche y tus rodillas se enfrían de espanto.
una muda de años alarga tu pelo, mi mano.
nos devuelve al tiempo que merecemos.
en las pausas tu nombre se desprende y mi aliento se vuelve a buscarlo.
nadie sabrá de tu sombra en mi sombra y del frío de los ojos de tu niño enfermo.
por la madrugada nos habremos ido, saltando las trampas de vientres que hicieron en la entrada del pueblo.
tu hijo, la noche, vos y yo. de la mano, corriendo.