kung li

kung li es mi hijo chino que mi madre odia.
tiene masomenos ocho años, eso parece, y yo lo quiero con ese amor de ojos rasgados.
nunca quise ser madre, y eso a veces se nota. como cuando lo pierdo en el barrio chino y agarro cualquier otro chico, aunque aquí no haya de esos barrios.
pero él no se puede quejar porque también se va con cualquiera, dice que todas las madres occidentales somos iguales, entonces no lo hablo como cinco días mínimo, porque odio que me comparen.
nos arreglamos bastante bien. me gusta cómo usa los dos zapatos izquierdos al mismo tiempo y dice que tiene un problema congénito; y a él le gusta cómo me trepo a la ventana más alta para no convidarle mates, aunque llora como si lo estuvieran matando, el desgraciado (y ni siquiera le gusta el mate), entonces toda la cuadra viene a gritarme que soy mala madre, hasta la mía, que al pobre kung li lo odia.
nos amamos: él me canta canciones de cuna en su idioma, pero a veces por su risa entrecortada creo que me insulta o me dicta en jeringoza china lo que voy a soñar más tarde; yo lo baño en hojas frescas de poleo y le traigo siempre algo, un lápiz rojo, un fósforo, dos caramelos de almendras.
a veces es jodido y riega las plantas con mi único perfume. entonces yo le pongo mermelada a su puré de papas o lo despierto en medio de la noche gritando que la casa se incendia.
que sería de mi vida sin mi hijo kung li.
un abismo sin amor.
sólo quisiera saber cómo diablos llegó hasta aquí.