hay una noche endiosada en cada macetero sucio de la cuadra;
en cada rendija volcada hacia afuera, servida con prolija ortografía en los zagüanes.
sale la noche, cubierta de tierra, limpiándose las tibiezas de los chicles masticados, de los diarios leídos, del qué le vas a hacer de cada día.
con esfuerzo, pero reluciente.
florece infinitamente, cada vez.
y los codos gastados de tanto esperar un feriado, una mujer que valga la pena, una boca que no la nombre en vano, una mano que riegue el sueño de los absurdos.
sale cansada, cerrando los ojos. oliendo el pasto que ha dejado de crecer.