un aguavientre

un aguavientre se revuelve, burbujea, casi late, va latiendo, regorgita un número, un nombre. entonces tengo que acercarme, oído al suelo, cantar bajito casi soplando, sonreír entre la tercera y cuarta estrofa, fingir que no hay muerte en el fondo de las casas, mojar los labios para mentir de nuevo y contarle cómo será aquel hijo al que traeré un día.
los aguavientres crecen bajo la sobra del sol, todavía, en esta tierra de dueños sin ojos. donde ya se han ido las moras y los sauces, las valijas y su gente, los panes y sus manos.
con su ciega y poca vida quieren, pero acaban ahogándose de nuevo.
y hay que correr a decirles que existen violinistas en suecia, que un día compraremos un libro con fotografías, que en los mástiles se guardan las perlas más redondas.
de noche, brillan un poco, casi respiran, buscan por siempre.
siembran despacio, gota por gota, sueño por sueño, salen de la tierra: son calma.
pero de adentro grita una mano, retorciendo el deseo.
chupa la tierra sedienta, cada mañana, un mundo de aguavientres indefensos.